sábado, 27 de noviembre de 2010

TECNOFOBIA Y MODERNIDAD

Tecnofobia y modernidad.

Creemos que este repaso demasiado breve genealogía de la tecnofobia permite observar que el pensamiento antitecnológico arraiga en una tradición profunda de desconfianza de los filósofos hacia las máquinas cuyo origen no está, ni mucho menos, en la consideración de nuestro presente como época supuestamente decadente sino que, bien al contrario, ha habido en la filosofía una larga historia de desencuentros con la tecnociencia que la bomba atómica y los problemas ecológicos de hoy han amplificado. Algunos elementos del presente -especialmente la internacionalización y la aceleración del conocimiento- obligan a plantear como mínimo con prudencia en la filosofía contemporánea el criterio que nos permite distinguir el progreso de su caricatura. Sigue vivo el viejo debate sobre si la técnica es una estructura profunda en lo humano, como propone la tradición volteriana, una simple función, como suponían los clásicos, o una desnaturalización en las diversas variantes (hoy ecológicas) del argumento rousseauniano. Pero hoy el debate sobre la tecnofobia se caracteriza, además, por su urgencia. La simple posibilidad de graves cambios en la misma definición de lo humano tras las aplicaciones de la genética hace que las diversas filosofías morales deban plantearse seriamente cuál sea el valor conceptual de la tecnofobia y hasta que punto hay en ella elementos defendibles. Si el breve recorrido que hemos hecho por la historia del problema es acertado, nos parece obvio que deberíamos renunciar al argumento ingenuo que ve en la tecnofobia una simple proyección del miedo del hombre ante lo desconocido. Ni la tecnofobia se inicia con la bomba atómica, ni nos habla únicamente del miedo al desarraigo que hipotéticamente se produciría en la sociedad tecnológica avanzada. Tal vez la tecnofobia, paradójicamente, pueda aportar algo de equilibrio en un mundo donde lo tecnocientífico se presenta como el único discurso posible. Creemos que en la tecnofobia se pueden encontrar tres argumentos difícilmente descalificables y que de una u otra manera deberán ser discutidos por una tecnociencia moralmente madura y ya de vuelta de la ingenuidad que representa querer transformar el mundo cambiando simplemente los objetos. Por una parte la tecnofobia sirve de aviso, en la medida que un poder ilimitado exige también una responsabilidad ilimitada (en la estela de Hans Jonas a Gordon Graham). Además la tecnofobia es útil para hacernos conscientes de las inesperadas consecuencias de la tecnología (estudiadas por Postman y Rybczynski, entre otros). Finalmente el debate sobre la tecnofobia pone en el centro de la atención el problema de los límites de la democracia que, conviene no olvidarlo, es un tipo de gobierno basado en la información. El destino del debate sobre la tecnofobia dependerá fundamentalmente del desarrollo que la técnica pueda traer a la democracia y a la extensión de la autonomía humana. 
Con esta breve nota hemos querido en primer lugar acotar un problema (la tecnofobia como distintivo del intelectual de letras). Además nos ha parecido necesario recordar que el tema arranca del núcleo mismo de la tradición cultural occidental (Grecia y la Ilustración) y recordar, finalmente, que en la tecnofobia no hay sólo ignorancia y prejuicio sino una línea de argumentación que hace preciso un debate que, a nuestro parecer, es inseparable de la extensión de la democracia en la tecnología. Pero ese será ya otro debate.


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