sábado, 27 de noviembre de 2010

ESPÍRITU GRIEGO.

Se olvida muchas veces que la tecnofobia tiene su origen último en la tradición clásica. En el mundo griego, y específicamente en su mitología, los tecnólogos fueron siempre individuos castigados. Prometeo pagó su atrevimiento con el suplicio. Dédalo, el constructor del laberinto, fue encerrado en él. Ícaro vio quemadas sus alas… También los filósofos, empezando por Platón en el Gorgias y en Las leyes desprecian el trabajo técnico. Platón en Gorgias (512c) dice textualmente que el nombre de "maquinista" es un insulto y que un ciudadano no debe casar con las hijas de tales sujetos, ni darles hijas propias en matrimonio. Aristóteles en la Política (cap. V, del libro III, 1278 a) proclama que la ciudad excelente no hará del artesano un ciudadano, porque no puede practicar la virtud y se halla, de hecho, próximo al esclavo.

Más que hablar de aristocratismo, que de hecho no pasaría de ser una excusa sociológica, lo que conviene es comprender que para los clásicos, la "norma" no resulta distinta a la naturaleza y, en consecuencia, un tecnólogo es alguien que rompe la normalidad, el telos de cada cosa y que, por eso mismo, resulta sospechoso. En el ideal griego que es todavía el modelo humanístico occidental, la naturaleza tiene unos fines internos y autoregulados. La teckné, en cambio, constituye un intento de forzar o de romper des de fuera -con un acto de violencia- la lógica de las cosas. De ahí su peligro. Todo producto artificial -y artificioso- rompe la naturaleza de los seres y los vuelve inauténticos. Para los griegos, el ejemplo de la moneda -y del desorden que la crematística introduce en la ciudad- muestra bien a las claras la perversidad del artificio que rompe con una agricultura natural, pensada para nuestras propias necesidades y no para el comercio y para la acumulación. Además la técnica implica movimiento cuando para el mundo griego la perfección sólo se encuentra en el reposo. También Epicuro (Máximas capitales, 15) considera que las riquezas no conformes a la naturaleza implican peligro. En definitiva, allí donde aparece la teckné se rompe la harmonía. 
François Dragonet resume en dos tesis la tecnofobia griega:
1.- Los griegos no vinculan las proezas técnicas e instrumentales con el progreso humano, porque el hombre pertenece a la naturaleza eterna y no a la técnica cambiante. Si el hombre es perfecto (metron) y estable no necesita para nada una tecnología que nos desestabiliza.
2.- Desaconsejan, además, el uso de las máquinas porque de ellas sólo pueden salir desastres, cataclismos y miserias. Platón recuerda, por ejemplo, que Thaumas rechaza el invento de la escritura que le ofrecía Teuth porqué iría contra la memoria y favorecería la automatización, la rapidez y la exterioridad, contrarias a la naturaleza humana.
Para un griego, la posición antitecnológica resulta una consecuencia necesaria del humanismo. El hombre clásico se considera a sí mismo como una expresión de la harmonía de la naturaleza. En ningún caso ello debe verse como una oposición al trabajo productivo: Penélope teje y Hefesto forja, pero lo importante es que no se subordinan a sus productos. Ser hombre es todo lo contrario de un mecanismo o de una regla. Los humanos no expresan el automatismo sino la reflexión que implica la libertad ante sus propios productos. No sería exacto, en consecuencia, hablar de tecnofobia en Grecia, sino de una situación previa: la de la extrañeza ante lo tecnológico visto como perturbador. Estrictamente hablando, la situación de tecnofobia no se da en Grecia, además, porqué la técnica está aún lejos de ocupar la centralidad de las relaciones humanas. Será la Ilustración la que sitúe el problema en términos que nos resultan comprensibles aún hoy.

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