sábado, 27 de noviembre de 2010

Con las nuevas tecnologías, lo que por una parte permite reducir el número de trabajos realizados en
condiciones desfavorables o perjudiciales, por otra, el ritmo que imprime la interacción hombre-máquina
supone un esfuerzo de adaptación que puede tener repercusiones físicas y psíquicas, en ocasiones
importantes.
Los ejemplos más paradigmáticos de esta situación son la utilización generalizada de pantallas de
visualización de datos (PVD), a lo que se asocia una patología propia y el aumento progresivo de edificios
estancos, que han dado lugar a los conocidos síndromes del edificio enfermo y de la lipoatrofia semicircular,
a los que nos referiremos.
El impacto de las nuevas tecnologías repercute en los ámbitos del empleo, la formación y la salud y calidad
de vida. Así, permiten la descentralización de los lugares de trabajo y facilitan la subcontratación, con la
consiguiente precarización del empleo y exigen, al mismo tiempo, replantearse periódicamente los
contenidos formativos para adaptarse a las aptitudes requeridas para cada puesto de trabajo. Esta situación
puede acarrear problemas de salud que, sin revestir gravedad ni requerir hospitalización, interfieren
significativamente en el grado de bienestar y confort, tanto en el lugar de trabajo como en la vida
extralaboral.

Tradicionalmente, se ha considerado que trabajar en oficinas era más seguro que hacerlo en la industria o
la construcción, pero las transformaciones que el sector servicios ha experimentado han alterado el
prototipo de este tipo de trabajo. La modificación en las tareas y el alto grado de rapidez exigido suponen
un esfuerzo de adaptación a las nuevas condiciones de trabajo que se asocia a una serie de patologías,
fundamentalmente la fatiga visual, los trastornos musculoesqueléticos y el estrés, por no hablar de la
discutida asociación entre el trabajo con PVD y los trastornos reproductivos.
La prevalencia de las molestias oculares se sitúa entre el 70 y el 90 %, aumentando de forma lineal con el
tiempo de exposición. Dicha fatiga visual se manifiesta por sensación de quemazón, enrojecimiento, dolor o
tensión ocular, irritación, lagrimeo y picor.
También se ha demostrado la asociación entre los trastornos musculoesqueléticos y la duración del
trabajo con PVD, prevalencia que oscila en diversos estudios entre el 57 y el 82 %. Esta patología deriva de
la carga física originada por la sobrecarga postural, pudiendo afectar a músculos, tendones, ligamentos y
articulaciones, así como lesionar nervios sensitivos o motores.
Puede localizarse en cualquier parte del cuerpo como hombros, caderas, piernas, rodillas, codos, muñecas
etc. pero preferentemente lo hace en la espalda y los miembros superiores. Los ejemplos más significativos
son los trastornos de la cintura escapular, por la sobrecarga postural y el síndrome del túnel carpiano, por
los movimientos repetitivos.
El estrés de origen ocupacional obedece tanto a factores del entorno, derivados de la carga de trabajo y a
la pérdida de control, como a la personalidad de los individuos frente al esfuerzo de adaptación a los
nuevos métodos de trabajo.
La entrada repetitiva de datos es una tarea estresante, exacerbada si la remuneración está en función de
los resultados, sensación que empeora si el programa es utilizado para seguir los resultados, como las
horas trabajadas, las pausas, tasa de pulsaciones, errores, etc.
Frecuentemente, la ejecución de un programa informático introducido por primera vez acarrea errores, tanto
por existir en el software como por la inexperiencia de los operarios. Esta situación, por si misma, genera
estrés; los retrasos y la acumulación de trabajo derivados del sistema pueden ser fuente adicional de
frustración.
Las consecuencias del estrés sobre la salud pueden ser fisiológicas, como el aumento de la tensión arterial,
de lo que pueden resultar enfermedades coronarias; psicológicas como insatisfacción, ansiedad, depresión
o trastornos somatomorfos; y conductuales, como el absentismo, abuso de alcohol o medicamentos, con
sus consecuencias negativas sobre el rendimiento y la productividad.
Por lo que respecta al lugar de trabajo, en las últimas décadas, por el objetivo de ahorro energético, se ha
generalizado la construcción de edificios más herméticos, con mayor recirculación del aire y, por lo tanto,
con mayor contaminación interior. Los trastornos asociados a la calidad del aire en ambientes cerrados se
conocen con la expresión síndrome del edifico enfermo.
Dichos trastornos comprenden molestias en la mucosa de los ojos, nariz y garganta, cefalea y somnolencia,
a los que hay que sumar la recientemente identificada en España, lipoatrofia semicircular.
Por consenso se considera un síndrome del edificio enfermo cuando la sintomatología afecta a más del 20
% de los trabajadores de un edificio o de un área concreta del mismo.
La calidad del aire del interior de un edificio dependerá de la edad del inmueble, el sistema de ventilación
empleado, la temperatura de la sala de trabajo, la electricidad estática y la presencia de compuestos
orgánicos volátiles. Por ello, su deterioro puede deberse a diversos factores como ventilación inadecuada

con insuficiente suministro de aire fresco, mala distribución y filtrado del aire, temperatura y humedad
relativa extremas o fluctuantes y contaminación interior originada por los propios elementos de trabajo como
fotocopiadoras, productos de mantenimiento o gases de combustión, sin olvidar la derivada de los
materiales utilizados en la construcción del edificio, como formaldehído o resinas urea-formol. A ello hay
que sumar la contaminación exterior derivada de la polución atmosférica, la combustión de calderas y
motores de vehículos y las filtraciones del subsuelo. Y aún queda la contaminación biológica asociada a los
humidificadores y a su contaminación, y la derivada del contagio directo individuo-individuo.
Los síntomas relacionados con el síndrome del edificio enfermo pueden ser de etiología bien conocida y
presentarse con un cuadro clínico relativamente específico (asma bronquial, neumonía, enfermedad del
legionario...) o, más frecuentemente, con un amplio espectro de síntomas y una etiología poco claras, como
la mencionada irritación de la mucosa respiratoria y ocular o de la piel, cefalea y fatiga, pero que aparecen
con una asociación temporal de permanencia en el edificio y que desaparecen al abandonarlo o los fines de
semana.


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