sábado, 27 de noviembre de 2010

Con las nuevas tecnologías, lo que por una parte permite reducir el número de trabajos realizados en
condiciones desfavorables o perjudiciales, por otra, el ritmo que imprime la interacción hombre-máquina
supone un esfuerzo de adaptación que puede tener repercusiones físicas y psíquicas, en ocasiones
importantes.
Los ejemplos más paradigmáticos de esta situación son la utilización generalizada de pantallas de
visualización de datos (PVD), a lo que se asocia una patología propia y el aumento progresivo de edificios
estancos, que han dado lugar a los conocidos síndromes del edificio enfermo y de la lipoatrofia semicircular,
a los que nos referiremos.
El impacto de las nuevas tecnologías repercute en los ámbitos del empleo, la formación y la salud y calidad
de vida. Así, permiten la descentralización de los lugares de trabajo y facilitan la subcontratación, con la
consiguiente precarización del empleo y exigen, al mismo tiempo, replantearse periódicamente los
contenidos formativos para adaptarse a las aptitudes requeridas para cada puesto de trabajo. Esta situación
puede acarrear problemas de salud que, sin revestir gravedad ni requerir hospitalización, interfieren
significativamente en el grado de bienestar y confort, tanto en el lugar de trabajo como en la vida
extralaboral.

Tradicionalmente, se ha considerado que trabajar en oficinas era más seguro que hacerlo en la industria o
la construcción, pero las transformaciones que el sector servicios ha experimentado han alterado el
prototipo de este tipo de trabajo. La modificación en las tareas y el alto grado de rapidez exigido suponen
un esfuerzo de adaptación a las nuevas condiciones de trabajo que se asocia a una serie de patologías,
fundamentalmente la fatiga visual, los trastornos musculoesqueléticos y el estrés, por no hablar de la
discutida asociación entre el trabajo con PVD y los trastornos reproductivos.
La prevalencia de las molestias oculares se sitúa entre el 70 y el 90 %, aumentando de forma lineal con el
tiempo de exposición. Dicha fatiga visual se manifiesta por sensación de quemazón, enrojecimiento, dolor o
tensión ocular, irritación, lagrimeo y picor.
También se ha demostrado la asociación entre los trastornos musculoesqueléticos y la duración del
trabajo con PVD, prevalencia que oscila en diversos estudios entre el 57 y el 82 %. Esta patología deriva de
la carga física originada por la sobrecarga postural, pudiendo afectar a músculos, tendones, ligamentos y
articulaciones, así como lesionar nervios sensitivos o motores.
Puede localizarse en cualquier parte del cuerpo como hombros, caderas, piernas, rodillas, codos, muñecas
etc. pero preferentemente lo hace en la espalda y los miembros superiores. Los ejemplos más significativos
son los trastornos de la cintura escapular, por la sobrecarga postural y el síndrome del túnel carpiano, por
los movimientos repetitivos.
El estrés de origen ocupacional obedece tanto a factores del entorno, derivados de la carga de trabajo y a
la pérdida de control, como a la personalidad de los individuos frente al esfuerzo de adaptación a los
nuevos métodos de trabajo.
La entrada repetitiva de datos es una tarea estresante, exacerbada si la remuneración está en función de
los resultados, sensación que empeora si el programa es utilizado para seguir los resultados, como las
horas trabajadas, las pausas, tasa de pulsaciones, errores, etc.
Frecuentemente, la ejecución de un programa informático introducido por primera vez acarrea errores, tanto
por existir en el software como por la inexperiencia de los operarios. Esta situación, por si misma, genera
estrés; los retrasos y la acumulación de trabajo derivados del sistema pueden ser fuente adicional de
frustración.
Las consecuencias del estrés sobre la salud pueden ser fisiológicas, como el aumento de la tensión arterial,
de lo que pueden resultar enfermedades coronarias; psicológicas como insatisfacción, ansiedad, depresión
o trastornos somatomorfos; y conductuales, como el absentismo, abuso de alcohol o medicamentos, con
sus consecuencias negativas sobre el rendimiento y la productividad.
Por lo que respecta al lugar de trabajo, en las últimas décadas, por el objetivo de ahorro energético, se ha
generalizado la construcción de edificios más herméticos, con mayor recirculación del aire y, por lo tanto,
con mayor contaminación interior. Los trastornos asociados a la calidad del aire en ambientes cerrados se
conocen con la expresión síndrome del edifico enfermo.
Dichos trastornos comprenden molestias en la mucosa de los ojos, nariz y garganta, cefalea y somnolencia,
a los que hay que sumar la recientemente identificada en España, lipoatrofia semicircular.
Por consenso se considera un síndrome del edificio enfermo cuando la sintomatología afecta a más del 20
% de los trabajadores de un edificio o de un área concreta del mismo.
La calidad del aire del interior de un edificio dependerá de la edad del inmueble, el sistema de ventilación
empleado, la temperatura de la sala de trabajo, la electricidad estática y la presencia de compuestos
orgánicos volátiles. Por ello, su deterioro puede deberse a diversos factores como ventilación inadecuada

con insuficiente suministro de aire fresco, mala distribución y filtrado del aire, temperatura y humedad
relativa extremas o fluctuantes y contaminación interior originada por los propios elementos de trabajo como
fotocopiadoras, productos de mantenimiento o gases de combustión, sin olvidar la derivada de los
materiales utilizados en la construcción del edificio, como formaldehído o resinas urea-formol. A ello hay
que sumar la contaminación exterior derivada de la polución atmosférica, la combustión de calderas y
motores de vehículos y las filtraciones del subsuelo. Y aún queda la contaminación biológica asociada a los
humidificadores y a su contaminación, y la derivada del contagio directo individuo-individuo.
Los síntomas relacionados con el síndrome del edificio enfermo pueden ser de etiología bien conocida y
presentarse con un cuadro clínico relativamente específico (asma bronquial, neumonía, enfermedad del
legionario...) o, más frecuentemente, con un amplio espectro de síntomas y una etiología poco claras, como
la mencionada irritación de la mucosa respiratoria y ocular o de la piel, cefalea y fatiga, pero que aparecen
con una asociación temporal de permanencia en el edificio y que desaparecen al abandonarlo o los fines de
semana.


TECNOFOBIA EN ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS.

En este mundo invadido por tecnología, factores nacionales como la cultura, el avance
tecnológico de los servicios, disponibilidad de computadoras y niveles de vida y consumo de la
población pueden marcar una mayor o menor familiaridad y valoración de la tecnología, así
como una mayor o menor disposición a incorporarla en la vida profesional y familiar. Por
ejemplo, países muy conservadores pueden ser más tecnofobos que los países liberales;
países más pobres pueden ser más indiferentes a la tecnología (porque no la tienen cerca) que
los países ricos. Este tema fue explorado en un lapso de dos años entre 1992 y 1994 por
Michelle M. Weil y Larry D. Rosen. Ellos recogieron información de 3,392 estudiantes de primer
año de 38 universidades de 23 países respecto a su nivel de sofisticación tecnológica y su nivel
de tecnofobia. La sofisticación tecnológica fue medida a partir del uso por parte de los
estudiantes de tecnologías de consumo masivo como grabadoras de video, hornos
microondas, cajeros automáticos, ju egos de video; facilidades computacionales existentes en
la universidad como computadoras de clase y bibliotecas, procesadores de textos, experiencia
en programación; y finalmente si los estudiantes poseían computadoras. La tecnofobia fue
medida mediante instrumentos que medían los niveles de ansiedad computacional, los
conocimiento de computación y las actitudes frente a la computadora. Los resultados fueron
publicados en la revista “Computers in Human Behavior” Vol 11, No. 1, pp. 95-133, 1995 bajo el
título “A Study of Technological Sophistication and Technophobia in University Students From
23 Countries”.
El primer hallazgo fue que los países con altos niveles de tecnofobia (desde 100% hasta 50%)
fueron (de mayor a menor) Indonesia (100%), Polonia, India, Kenya, Arabia Saudita, Japón,
México y Tailandia; los de nivel intermedio de tecnofobia (entre 50% y 30%) fueron Grecia,
Egipto, Irlanda del Norte, Argentina, Italia, España, Alemania, Australia, Rep Checa, Bélgica; y
los de bajo nivel de tecnofobia (entre 30% y 12%) fueron Estados Unidos, Croacia, Hungría,
Singapur e Israel. La edad no fue relevante en cambio el género si en 12 países, en los que de
cada 3 tecnofobos dos eran mujeres. También se encontró que a mayor experiencia directa
con computadoras menor tecnofobia.
Se descubrió que bastaban dos variables para establecer la máxima discriminación tecnofóbica
entre los 23 países. Una de las variables era el nivel de experiencia en computadoras y
tecnología, la cual se midió componiendo un promedio de las 10 experiencias en computadoras
y tecnología antes descritas. La segunda era la tecnofobia, medida como el promedio entre la
escala de ansiedad computacional y los indicadores del una prueba de acercamiento
computacional.
Se encontraron cinco grupos de países que pudieron ser claramente diferenciados: los de baja
a moderada tecnofobia con mucha experiencia de contacto con tecnología y computadoras:
Israel, Singapur, EE.UU. y Australia. Los de baja a moderada tecnofobia y baja a moderada
experiencia con tecnología: Croacia, España, Hungría, Alemania, Bélgica y Argentina. Los de
alta tecnofobia con poca a moderada experiencia: Japón, Indonesia, India, Polonia. Los de alta
tecnofobia con escasa experiencia computacional Arabia Saudita, Tailandia, Kenya, Egipto,
Grecia e Italia. Finalmente los de moderada tecnofobia con moderada experiencia
computacional: México e Irlanda del Norte
Después de una cuidadosa evaluación de los datos se encontró primero, que los dos factores
que explicaban las diferencias entre países tenían que ver con la disponibilidad de la tecnología
y computadoras en esos países, lo que hacía que una escasa o en cambio excesiva exposición

a las computadoras y tecnología generaran disconformidad en quienes no accedía o accedían
demasiado a la tecnología. Segundo, que las características culturales pueden llevar a los
estudiantes a reaccionar de diferentes maneras ante la tecnología. Tercero, que la estructura
política del país puede inhibir o alentar el uso de la tecnología, por ejemplo con la forma como
orienta las inversiones. Cuarto, la manera y forma en la que la tecnología es introducida al
sistema educativo puede influir las reacciones de los estudiantes a la tecnología.
La implicancia de esta investigación es que una cultura que valora la tecnología, integra la
tecnología desde temprano a su sistema educativo formal y tiene un clima político que alienta
la utilización confortable de la tecnología lleva a su población a tener una buena disposición
hacia la tecnología. En contraste, un país que carece de una clara identificación cultural o
política con la tecnología, poca o ninguna exposición educativa temprana a la tecnología y una
infusión ”de arriba abajo” de la tecnología lleva a la confusión tecnológica, el miedo y la
sensación de aislamiento respecto a la tecnología.




EL HOMBRE POSTMODERNO.


El ser humano está inmerso en el proceso de educación, que se va desarrollando a lo largo de la vida desde el momento en que nacemos hasta que morimos. Al nacer el individuo es como un libro en blanco que será llenado conforme al afloramiento de su interior, a las experiencias que vive, éste es el proceso de aprendizaje , el que se da en todos los aspectos de nuestras vidas. La educación, se podría clasificar en 2 tipos. La primera consistiría en el proceso educativo al que nos someten , en el que somos formados y la otra sería la autoeducación donde buscamos tomar la información e integrarla a nuestros conocimientos. Lo ideal es que ambos estén estrechamente relacionados para que la educación sea un proceso el cual nos den las herramientas, medios e instrumentos necesarios para la configuración de los conocimientos. Pero sabemos que esto tiene muchos matices donde el poder es silencioso y muchos somos sumergidos en la inhumanidad. Es entonces donde podríamos hablar de la educación como un sistema de socializacion secundario, donde crean una estructura que sirva para la adaptacion de los individuos para las sociedades guiados por las valoraciones centrales de cada sociedad y la necesidad funcional de éstas, por ejemplo, la familia es un sistema de socializacion primario porque se crean en un entorno que es natural (los padres) y no ficticio como es la sala de clases, ese ambiente llamado también aula, esperando como resultado una conducta determinada que será reforzada con premios o con castigos, donde hay personas que en tu vida has visto,donde solo eres “a-lumno” una mera persona que no tiene la luz del conocimiento, que es ignorante y por lo tanto necesita de alguien que lo ilumine, ese alguien a quien se le llama “maestro” que tiene tales conocimientos además de tener poder sobre ti. ¡Despierta estudiante! No hagas oídos sordos a lo que es vivir con ideas propias y no con ideas de otros. Cualquier estudiante debería tener la capacidad de decir sus propias palabras, su propia convicción y argumentación ante cualquier tema .Nunca debería repetir a ciegas lo que le dijo el maestro, o el texto, o porque “está en el programa hay que aprenderlo…” La conceptualización de Educación corresponde a un modelo mental que concibe al estudiante como este libro en blanco en la que hay que ir “escribiendo” (iluminando)por algunos años determinados, una serie de conocimientos preestablecidos por las autoridades, sistematizados en un programa, con métodos y técnicas, dictados por maestros. En la forma mas general, en un colegio nunca admitirán que estan educando gente funcional al sistema sino que dirán que estan creando individuos libres dotados de conocimientos útiles, guiados por los valores de la justicia y el bien social y es que cada sistema tiene un funcionamiento y para que se mantenga la organización de este necesitan reproducir ciertas estructuras sociales. Porque en el fondo te educan para trabajar, o sea para un mundo laboral que ya está creado (independiente si es de profesional, tecnico, barrendero o secretaria,todos son útiles para mantener cierta organización) Si educamos con la intención única de formar ciudadanos útiles a los fines del Estado, se forman sujetos caducos, sujetos para el ayer.

El estudiante es la persona, el heredero de la historia de la humanidad, y asimilará poco a poco a su cultura, sus valores y su visión de universo, que hasta ahora la humanidad ha desarrollado. Es espíritu, ama, planifica, prevee su moralidad que se manifiesta en su cuerpo, su mente. Entonces tenemos el ámbito cognitivo, el afectivo, el valorativo, el psicomotor y el social, cada uno con sus capacidades. El ser humano, es mas desarrollado en la manera en que desarrolla sus capacidades,convirtiéndose en un ser cada vez más completo. Por lo tanto, la educación, viene desde nuestro interior hacia fuera como un proceso en constante crecimiento. Educación no significa instrucción, sino formación. Donde el maestro será el facilitador para que el estudiante descubra, aprehenda, relacione y logre un mayor dominio de las ciencias, conocimientos y desarrolle al mismo tiempo valores que lo relacionen más con sus pares , el mundo y si mismo, la educación es lograr que el estudiante además de que tenga conocimientos, sea : sea honrado, sea creativo, sea visionario, sea solidario,sensible,equilibrado,sea respetuoso,crítico, etc.
Así podremos decir que el estudiante también puede entregarle conocimientos al maestro, donde se verá un universo de interacción y en consecuencia aprendizaje. Aunque hoy en día esto aún se da en la minoría ya que hace falta esa “humildad intelectual” donde el profesor se reconoce como ser humano y puede decir “no se” y es que nunca dejaremos de aprender. "Entonces el principal objetivo de la educación será la voluntad del hombre, guiar a la persona de una situación heterónoma a una autónoma, donde se prepararán hombres y mujeres libres, con la capacidad de discernir entre el bien y el mal". Personas que puedan enfrentarse al desafío del mañana.

EL ORIGEN DE LAS LENGUAS.(PARTE UNO)

http://www.youtube.com/watch?v=J2ZhIhUAJWE  son cinco videos, que nos permiten tener un panorama mas amplio de  lo que significa: la comunicación.

ALUMNOS-UCES-BIOINFORMATICA.


Los alumnos de UCES, correspondiente a la carrera de Kinesilogía, decidieron comenzar con un trabajo práctico para Bionformatica.
El grupo esta conformado por:
Locatelli, Sebastian
Covini, Gabriel
Albert, Cristian
Salas, Miguel
Estelita, Andres
Rosenberg, Martin

DEFINICIÓN.


La tecnofobia es el rechazo hacia las tecnologías. Por lo general las fobias suele ser un rechazo o miedo irracional y que pueden ser curadas, en este caso sólo es un rechazoque generalmente está justificado y no necesita ser curada.

Actualmente existen sociedad tecnófobas como los amish en EE.UU., que intentan vivir con tecnologías antiguas.

Generalmente los tecnófobos rechazan las tecnologías más modernas. También suelenjustificar su forma de actuar y pensar en el hecho de que la dependencia a las tecnologías modernas puede ser perjudicial para el hombre tanto desde el punto de vistaemocional como el físico.

La tecnofobia suele ser uno de los factores para la existencia de analfabetos tecnológicos.

Tecnofilia es el antónimo de tecnofobia.

http://www.alegsa.com.ar/Dic/tecnofobia.php

MIEDO A LA TECNOLOGÍA.


Persistente, anormal e injustificado miedo a la tecnología.
No necesariamente se trata de un miedo irracional, la tecnofobia también se refiere principalmente al rechazo a las nuevas tecnologías, generalmente está justificado y no necesita ser curado como sí sucede con las fobias en general.
En la actualidad existen sociedades tecnofóbicas, como por ejemplo los amish en EEUU, quienes intentan vivir con tecnologías antiguas y rechazando los cambios.
Generalmente, los tecnofóbicos rechazan las tecnologías modernas, y suelen justificar su manera de actuar y de pensar diciendo que la dependencia de las tecnologías modernas puede ser perjudicial para las personas, tanto desde el punto de vista emocional como también el físico. La existencia de la tecnofobia es un factor para que existan analfabetos tecnológicos (personas incapaces de manejar un ordenador o un cajero automático).
La tecnofobia ha sido representada en diversas obras de ficción o cultura popular. Un ejemplo clásico es la novela de Mary Shelley, Frankenstein, que se ha convertido en todo un ícono de la cultura popular incluso entre aquellos que nunca han leído la novela. Dentro del cine, películas como Blade Runner, Terminator y sus secuelas, Yo Robot y la trilogía Matriz, ilustran perfectamente este concepto.
El antónimo de la tecnofobia es la tecnofilia, es decir, el gusto por las nuevas tecnologías.

TECNOFOBIA: LAS RAZONES DE UNA IDEA.


En su conocido libro: Two Cultures and a Second Loock (1959), C.P. Snow se preguntaba hace ya años por las razones del abismo entre científicos y literatos que desde entonces no ha hecho otra cosa que crecer. El porqué de la incomprensión entre las dos culturas está lejos de constituir un tema puramente académico y su eco alcanza hoy un carácter global, que hace preciso investigar sobre los fundamentos culturales de la tecnofobia. Convendría repetir las preguntas que en su día planteó C.P. Snow: ¿Son los intelectuales "de letras", luditas por naturaleza?. ¿Cuáles son las razones de la tecnofobia y porqué se ha desarrollado especialmente entre quienes se llaman a sí mismos "humanistas"? ¿Por qué el intelectual de letras considera la tecnofobia no sólo de buen tono, sino incluso como una especie de obligación civil inherente a su estatus? ¿Por qué la profecía humanística evalúa sistemáticamente la tecnociencia como riesgo o peligro y no como oportunidad? ¿Se trata de un tópico cultural nostálgico o, tal vez, la tecnofobia esconde alguna enseñanza que sea posible desarrollar en la comprensión de un mundo diseñado cada vez más a imagen de la tecnociencia? ¿Existe realmente alguna vía de superación de la extraña dialéctica entre tecnófobos (e incluso "neoluditas") y tecnófilos? Y, finalmente: ¿puede construirse una auténtica sociedad del conocimiento sobre esa oposición?


Ante la tecnociencia, la respuesta de las humanidades ha oscilado entre dos posturas tan radicales como poco matizadas. Se ha postulado muy minoritariamente una defensa utilitaria a ultranza de la modernidad asimilada, sin más, a la posesión instrumental (caso de las diferentes filosofías del ámbito pragmatista) o, por el contrario, se ha caído en una desvalorización profética del mundo de la máquina; tachado de des/almado en su sentido más obvio y literal. Conviene reconocer que ésta última ha sido -y continua siendo- una postura prestigiosa en el ámbito global de "las letras", desde donde se contempla cualquier intento de humanismo tecnológico, sino con desprecio, al menos con indisimulado recelo. En lo tecnocientífico, a veces más cerca de lo novedoso que de la novedad, se intuye un peligro para la continuidad del humanismo, más que una oportunidad para su despliegue. La técnica como factor de armonización mecánica del mundo ha tendido a ser considerada en la tradición humanística como una forma de degradar lo cualitativo y lo individual. Aparece como el espacio donde se pierde la diferencia, es decir, donde se disminuye aquello que constituye lo humano por excelencia, y donde la apariencia niega la realidad de las cosas. Se ve tópicamente acusada de provocar la decadencia de la ligazón comunitaria primitiva y se la juzga responsable de una actitud escéptica que, en definitiva, conduce al nihilismo al poner lo funcional por encima de lo supuestamente "auténtico". Resuenan así en el mundo humanístico los ecos de la reconvención goethiana en el Fausto:

Viejo derecho, firme tradición
En nada cabe ya tener confianza
La técnica simboliza también, en esta hipótesis, la consumación de la dominación del mundo por el dinero y, en consecuencia, es tanto un elemento de ruptura con la naturaleza, cuanto una expresión de existencia inarmónica. Es fácil ver además, en ella el instrumento de un poder inmoderado y, por lo tanto, da un cierto buen tono proponer un neoludismo estético, que se acompaña de un poco disimulado aristocratismo intelectual, que a veces se despliega como crítica global al concepto de progreso. 

La filosofía del siglo XX ha sido muy mayoritariamente presa de la desconfianza ante la tecnociencia, y ante su núcleo filosófico que es la herencia ilustrada. Heidegger, Adorno, Jonas y Postman constituyen hitos importantes en esa desvalorización de la tecnológico pero no son los únicos tecnófobos. Decía Cioran que: Con el advenimiento de la trinidad del automóvil, el avión y el transistor podemos poner fecha a la desaparición de los últimos restos del Paraíso terrenal. Todo hombre que toca un motor prueba que es un condenado. Sin llegar a planteamientos de esta radicalidad, el hecho es que muchas reacciones humanísticas ante la técnica basculan entre el miedo y la sátira. En este aspecto, la propuesta jonasiana de la heurística del temor, y la ética del no-poder de Ellul resumen el sentir de un mundo cultural asustado por sus propias construcciones.
No deja de sorprender que a lo largo del siglo XX el miedo haya podido ser considerado como un elemento positivo, en oposición a toda la tradición ilustrada que, estrictamente, se había construido desde el rechazo absoluto a cualquier tipo reacción paralizante y desde la denuncia del miedo como una construcción interesada, sólo útil para mantener a los hombres en un estado de sumisión. Pero, ciertamente, en el mundo de las humanidades hay, desde Platón y el mito de la Edad de Oro, una abundante literatura que podría ser considerada ludita. Sólo la reconsideración de los argumentos tecnófobos puede permitir un diálogo enriquecedor para las "dos culturas". 
Nos proponemos un recorrido por los argumentos tecnófobos en tres momentos centrales: Grecia, la Ilustración francesa y los filósofos del siglo XX crecidos en el ámbito de los totalitarismos y de la II Guerra Mundial. Deseamos poner de manifiesto que en los argumentos tecnófobos no se encuentra solamente una evaluación negativa de la tecnología por sus consecuencias posibles, sino una concepción global del mundo cuyas advertencias de signo moral y antropológico deben ser tenidas en cuenta tanto en una tecnoética que busque lo mejor para el más amplio número, como en la que se plantee imperativos morales de mayor rango, especialmente la extensión de la autonomía. La filosofía ha tendido a considerar la tecnología como su opuesto y conviene reflexionar sobre este hecho si se pretende decir todavía una palabra que tenga sentido frente al ruido y la entropía.

ESPÍRITU GRIEGO.

Se olvida muchas veces que la tecnofobia tiene su origen último en la tradición clásica. En el mundo griego, y específicamente en su mitología, los tecnólogos fueron siempre individuos castigados. Prometeo pagó su atrevimiento con el suplicio. Dédalo, el constructor del laberinto, fue encerrado en él. Ícaro vio quemadas sus alas… También los filósofos, empezando por Platón en el Gorgias y en Las leyes desprecian el trabajo técnico. Platón en Gorgias (512c) dice textualmente que el nombre de "maquinista" es un insulto y que un ciudadano no debe casar con las hijas de tales sujetos, ni darles hijas propias en matrimonio. Aristóteles en la Política (cap. V, del libro III, 1278 a) proclama que la ciudad excelente no hará del artesano un ciudadano, porque no puede practicar la virtud y se halla, de hecho, próximo al esclavo.

Más que hablar de aristocratismo, que de hecho no pasaría de ser una excusa sociológica, lo que conviene es comprender que para los clásicos, la "norma" no resulta distinta a la naturaleza y, en consecuencia, un tecnólogo es alguien que rompe la normalidad, el telos de cada cosa y que, por eso mismo, resulta sospechoso. En el ideal griego que es todavía el modelo humanístico occidental, la naturaleza tiene unos fines internos y autoregulados. La teckné, en cambio, constituye un intento de forzar o de romper des de fuera -con un acto de violencia- la lógica de las cosas. De ahí su peligro. Todo producto artificial -y artificioso- rompe la naturaleza de los seres y los vuelve inauténticos. Para los griegos, el ejemplo de la moneda -y del desorden que la crematística introduce en la ciudad- muestra bien a las claras la perversidad del artificio que rompe con una agricultura natural, pensada para nuestras propias necesidades y no para el comercio y para la acumulación. Además la técnica implica movimiento cuando para el mundo griego la perfección sólo se encuentra en el reposo. También Epicuro (Máximas capitales, 15) considera que las riquezas no conformes a la naturaleza implican peligro. En definitiva, allí donde aparece la teckné se rompe la harmonía. 
François Dragonet resume en dos tesis la tecnofobia griega:
1.- Los griegos no vinculan las proezas técnicas e instrumentales con el progreso humano, porque el hombre pertenece a la naturaleza eterna y no a la técnica cambiante. Si el hombre es perfecto (metron) y estable no necesita para nada una tecnología que nos desestabiliza.
2.- Desaconsejan, además, el uso de las máquinas porque de ellas sólo pueden salir desastres, cataclismos y miserias. Platón recuerda, por ejemplo, que Thaumas rechaza el invento de la escritura que le ofrecía Teuth porqué iría contra la memoria y favorecería la automatización, la rapidez y la exterioridad, contrarias a la naturaleza humana.
Para un griego, la posición antitecnológica resulta una consecuencia necesaria del humanismo. El hombre clásico se considera a sí mismo como una expresión de la harmonía de la naturaleza. En ningún caso ello debe verse como una oposición al trabajo productivo: Penélope teje y Hefesto forja, pero lo importante es que no se subordinan a sus productos. Ser hombre es todo lo contrario de un mecanismo o de una regla. Los humanos no expresan el automatismo sino la reflexión que implica la libertad ante sus propios productos. No sería exacto, en consecuencia, hablar de tecnofobia en Grecia, sino de una situación previa: la de la extrañeza ante lo tecnológico visto como perturbador. Estrictamente hablando, la situación de tecnofobia no se da en Grecia, además, porqué la técnica está aún lejos de ocupar la centralidad de las relaciones humanas. Será la Ilustración la que sitúe el problema en términos que nos resultan comprensibles aún hoy.

TECNOFOBIA ILUSTRADA.

Por su parte la tecnofobia ilustrada tiene su momento estelar en el agrio debate entre Voltaire y Rousseau cuyo eco está todavía lejos de haberse apagado. El tópico del buen salvaje y del estado de naturaleza como ideal de la humanidad perdida es contrarrestado por la apología volteriana del comercio como única base del progreso y como fundamento de la racionalidad, de la autonomía, y de la dignidad humana. La propuesta tecnofóbica rousseauniana arranca, como es bien sabido, de una denuncia explícita: la filosofía -y por extensión la técnica- no pretende otra cosa que la confusión del género humano; frente a su vanidad no cabe otra alternativa que consultar el corazón, es decir, la subjetividad, pues los filósofos no harán otra cosa que multiplicar las [dudas inútiles] que me atormentaban sin resolver ninguna. Lo esencial, para Rousseau, está en otra parte, en la subjetividad y las emociones que parecen constituir lo propio del hombre libre. La tecnofobia moderna arranca estrictamente con la postura rousseauniana que identifica naturaleza e inocencia y ve la técnica como conspiración de los ricos contra la comunidad. Obviamente la respuesta de Voltaire para quien Los que gritan contra el lujo son solo unos pobres que están de mal humor tiene tal vez valor epigramático pero no aporta demasiados argumentos teóricos de peso. Para Voltaire el lujo, el progreso y la técnica son "cuestiones de hecho" que resulta inútil discutir filosóficamente, pues, en cualquier caso, la función de la filosofía no es la de impugnar lo que ocurre sino, en todo caso, la de indagar sobre su sentido, dando obviamente por supuesto que el fin del género humano es su autodesarrollo infinito. 



El núcleo de la tecnofobia se halla en ese debate de respuesta imposible entre quienes defienden, con argumentos más o menos rousseaunianos, el mito de la autoidentidad humana y quienes recogiendo el optimismo volteriano ven al hombre como un ser sin esencia, cuya única realidad es una existencia contingente y limitada, que encuentra en la técnica un remedio eficaz -o cuanto menos un consuelo provisional- a su inevitable insuficiencia. Planteado así el debate es irresoluble, porque nunca sabremos con absoluta certeza qué sea el hombre, aunque podamos acercarnos a una u otra posición, más por razones psicológicas que por argumentos lógicos. Convendría pensar un punto de vista equidistante entre la afirmación emotivista de Rousseau y el cerrado elogio del mundo comercial y pragmático de Voltaire. De hecho, D'Alembert en el Discurso preliminar de la Encyclopédie propone algunas ideas interesantes para el debate cuando sugiere que es un error distinguir entre lo útil y lo agradable en vez de intentar el esfuerzo por fusionar los dos ámbitos . Frente a afirmaciones poco acordes con los hechos convendrá recordar que la Encyclopédie expresaba un modelo tecnológico ya entonces anacrónico -con una ignorancia explícita de los últimos desarrollos de la tecnología en Inglaterra- y que el modelo de saber enciclopédico incluye todavía a "las ciencias y las artes" en una unidad que se justifica no por ellas mismas como tales, sino por el saber en general que se identifica con la buena vida en un sentido todavía clásico. 

La Ilustración plantea como mínimo otros dos grandes temas tecnoéticos cuya vigencia actual es indiscutible. Por una parte surge el mito del hombre máquina como una sombra de lo humano (de Descartes al Golem hasta desembocar en La Métrie). La libertad encuentra en el hombre máquina a su opuesto lógico y será ese miedo ambiguo uno de los desencadenantes de la tecnofobia hasta nuestra ciencia-ficción contemporánea. El problema del hombre máquina, tal como lo ven sus impugnadores desde el mismo momento ilustrado no es tanto su determinismo (al fin y al cabo el determinismo es una constante en el materialismo de las Luces) cuanto su serialidad, es decir, la posibilidad de ser repetido ad nauseam. El mundo mecánico era bien conocido -y defendido- por los ilustrados, pero lo que les desconcierta e incomoda es el carácter repetitivo y serial. Más que partidarios de la tecnología D'Alembert y Diderot son individuos en una época de "teatros de máquinas", todavía artesanal y que no analiza el trabajo básicamente en términos económicos sino por su valor moral, que finalmente sería defendido todavía en el siglo XX como inherente a la obra de arte. La técnica en la Encyclopédie es todavía inseparablemente "arte y oficio" y no serialidad mecánica.

El segundo elemento que propone la Ilustración a un pensamiento tecnoético es el problema de la construcción. Como se ha dicho muchas veces, la Ilustración se percibe a sí misma como movimiento arquitectónico que necesita derrumbar los saberes mal adquiridos para fundamentar el edificio de la razón en su orden propio que no es el de la naturaleza sino el de la racionalidad que se concibe como su opuesto. Desde los palacios de los grandes a las fórmulas de los sabios, el pensamiento ilustrado insiste en su profundo antinaturalismo. Lo que nos constituye como hombres ilustrados es el esfuerzo ingente por no adaptarnos a la naturaleza, sino por proponer, bien al contrario, que sea la naturaleza la que se adapte a nosotros en consonancia con la propuesta volteriana de la superioridad de lo artificial. El debate sobre la función de la tecnología tiene pendiente todavía hoy una decisión sobre el papel de lo construido y de lo artificioso que, como nos recordó Freud, podría no ser otra cosa que una tenue capa incapaz de ocultar lo siniestro. Suponer que lo artificial terminará necesariamente bien podría ser una variante de los cuentos de hadas para uso de adultos, sin caer necesariamente en la demonización voltairiana. La función arquitectónica de la razón -glosada por D'Alembert o por Kant- tenderá a ser vista por la filosofía posterior a la vez como un reto y como una quimera.



TECNOFOBIA Y MODERNIDAD

Tecnofobia y modernidad.

Creemos que este repaso demasiado breve genealogía de la tecnofobia permite observar que el pensamiento antitecnológico arraiga en una tradición profunda de desconfianza de los filósofos hacia las máquinas cuyo origen no está, ni mucho menos, en la consideración de nuestro presente como época supuestamente decadente sino que, bien al contrario, ha habido en la filosofía una larga historia de desencuentros con la tecnociencia que la bomba atómica y los problemas ecológicos de hoy han amplificado. Algunos elementos del presente -especialmente la internacionalización y la aceleración del conocimiento- obligan a plantear como mínimo con prudencia en la filosofía contemporánea el criterio que nos permite distinguir el progreso de su caricatura. Sigue vivo el viejo debate sobre si la técnica es una estructura profunda en lo humano, como propone la tradición volteriana, una simple función, como suponían los clásicos, o una desnaturalización en las diversas variantes (hoy ecológicas) del argumento rousseauniano. Pero hoy el debate sobre la tecnofobia se caracteriza, además, por su urgencia. La simple posibilidad de graves cambios en la misma definición de lo humano tras las aplicaciones de la genética hace que las diversas filosofías morales deban plantearse seriamente cuál sea el valor conceptual de la tecnofobia y hasta que punto hay en ella elementos defendibles. Si el breve recorrido que hemos hecho por la historia del problema es acertado, nos parece obvio que deberíamos renunciar al argumento ingenuo que ve en la tecnofobia una simple proyección del miedo del hombre ante lo desconocido. Ni la tecnofobia se inicia con la bomba atómica, ni nos habla únicamente del miedo al desarraigo que hipotéticamente se produciría en la sociedad tecnológica avanzada. Tal vez la tecnofobia, paradójicamente, pueda aportar algo de equilibrio en un mundo donde lo tecnocientífico se presenta como el único discurso posible. Creemos que en la tecnofobia se pueden encontrar tres argumentos difícilmente descalificables y que de una u otra manera deberán ser discutidos por una tecnociencia moralmente madura y ya de vuelta de la ingenuidad que representa querer transformar el mundo cambiando simplemente los objetos. Por una parte la tecnofobia sirve de aviso, en la medida que un poder ilimitado exige también una responsabilidad ilimitada (en la estela de Hans Jonas a Gordon Graham). Además la tecnofobia es útil para hacernos conscientes de las inesperadas consecuencias de la tecnología (estudiadas por Postman y Rybczynski, entre otros). Finalmente el debate sobre la tecnofobia pone en el centro de la atención el problema de los límites de la democracia que, conviene no olvidarlo, es un tipo de gobierno basado en la información. El destino del debate sobre la tecnofobia dependerá fundamentalmente del desarrollo que la técnica pueda traer a la democracia y a la extensión de la autonomía humana. 
Con esta breve nota hemos querido en primer lugar acotar un problema (la tecnofobia como distintivo del intelectual de letras). Además nos ha parecido necesario recordar que el tema arranca del núcleo mismo de la tradición cultural occidental (Grecia y la Ilustración) y recordar, finalmente, que en la tecnofobia no hay sólo ignorancia y prejuicio sino una línea de argumentación que hace preciso un debate que, a nuestro parecer, es inseparable de la extensión de la democracia en la tecnología. Pero ese será ya otro debate.